miércoles, 20 de junio de 2012

Reseña de "Los enamoramientos" de Javier Marías

Nada tan lento y retórico como una de las cien mil digresiones de una novela de Javier Marías. Obviedades ornamentadas, retorcimientos de las ideas para conseguir textos de bellísima factura retórica, a veces vacuos, tan sólo por el placer de ver las palabras enlazadas entre sí, escogidas entre las posibles para terminar construyendo frases, ciento de frases subordinadas, dignas de ser esculpidas en mármol. Sus lectores las releen con el vano intento de memorizarlas —lo que resultaría tan difícil como memorizar párrafos completos del Aranzadi—, las señalan en el libro y las escriben a sus amistades con el inútil empeño de arrastrarlos al apasionamiento que ellos sienten por sus textos. O se es o no se es, ahí está el dilema de los que no nos apasionan las peroratas de Marías. Escribe muy buen español, pero una novela debe ser algo más que un permanente ensayo. Yo, al menos, exijo una cierta agilidad narrativa. No se puede o sí —puesto que Marías lo realiza y su público lo sigue a pesar de ello— construir todo un capítulo sobre una única frase de diálogo y su respuesta, mientras que, entre media de ambas, cualquiera de los personajes que dialogan se deslizan hacia unos pensamientos más propios de un ensayo, pero no de un único ensayo sobre lo tratado en el dialogo, sino de uno que mientras elucubra lo va abriendo a otros temas relacionados hasta conseguir perder de vista el diálogo que originó tan profundos pensamientos. Tan poco resulta enriquecedor incluir una disección de ‘El coronel Chabert’ de Balzac o sí, si de lo que se trata es de analizar esa novela o de mostrar a los lectores su gran conocimiento de la literatura francesa y especialmente de la obra menor de Honoré, aunque bien pensado podría haberlo separado de ‘Los enamoramientos’ y publicarlo en una revista literaria. Más sentido tiene el análisis de ‘Los tres mosqueteros’ por eso de las traiciones entre enamorados, aunque bien pensado, ni el muerto por el gorrilla iba a importunar como lo hizo el coronel ni María ae le aproxima a Milady ni nadie tiene en la novela de Marias el sentido de justicia que tenía Athos en la novelita de Dumas. La puntuación resulta un tanto sajona, como a él le gusta, no en vano utiliza comilla simple en los pensamientos y en algunos parlamentos; también usa guión de diálogo, pero entre tanta digresión, al final da lo mismo saber si tanto pensamiento profundo forma parte de un parlamento o de una de sus múltiples lucubraciones. Con un inicio inteligente, se va llegando, digresión tras digresión, a un nudo retorcido y diluido a base de parones retóricos y a un desenlace interesante que queda abierto a la duda razonable por parte del lector de si fue o no una acto de piedad, si bien el mismo autor nos lleva hacia el final a disipar nuestras dudas, a decidirnos por el asesinato traicionero. Cosas de los enamoramientos. Los personajes, todos ellos tan pedantes, tan filigranistas a la hora de expresarse, se largan unos parlamentos larguísimos que en la realidad no se darían. Hay que ver los ladrillazos que le larga Diaz-Varela a la pobre María, mientras ella se derrite mirándole los labios o los soliloquios mentales que se marca María en medio de una conversación. ¿Qué me decís del histriónico académico Francisco Rico? Muy posiblemente sea amigo de Javier Marías, pero en el cameo no lo deja en buen lugar o tal vez sea que el académico fumador —el que nunca ha fumado, según su artículo y se le constata fumador empedernido— resulta al natural así de presuntuoso y fatuo. Ruibérriz de Torres, personaje recurrente de Javier Marías, aparece también en esta novela como compendio de todas las ‘virtudes’ que adornan a un completo sinvergüenza, a un canalla profesional. ¿Por qué esta obsesión literaria de Marías con este apellido? Yo la conozco no obstante ése es mi apellido y el de uno de sus ancestros, de mal recuerdo para los Marias, aunque él de otra explicación menos obsesiva. Es tan solo una vendetta literaria por la que Javier venga, encanallando el apellido, el daño causado por un Ruibérriz de Torres a una de sus antepasados allá por los finales del XIX o principios del XX. Una vez respondió a uno de mis hermanos que se quejaba de lo ofensivo que resulta leerse tan canalla en todas sus obras cuando entre los miembros de su familia había militares, prelados, médicos abogados y notarios (Él lo recoge y lo pone en boca del personaje Ruibérriz). Marias respondió que como autor puede utilizar los apellidos que le apetezcan más aún si el apellido es secundario suyo, al que recurre para nombrar a “personajes más bien sinvergüenzas o amenazantes, como si con ello diera a entender (una broma estrictamente privada, desde luego) que yo participo en alguna medida de la sinvergonzonería, la amenaza, la estafa, la falta de escrúpulos o de moral de dichos personajes”. Algunos de mis hermanos se molestan con la continua intención de denostar nuestro apellido; a mí me divierte leerme en sus novelas y ver lo sinvergüenza que es el pavo que lo luce, eso sí, musculado de gimnasio con sus niquis ajustados, guapo, noctámbulo y cocainómano, todo un prenda, como posiblemente lo fue el causante de su obsesión familiar. En resumen, se le nota a Javier la vena filosófica de su padre y el gusto por la retórica. La novela, retirada la alharaca retórica e impregnada de cierta agilidad narrativa se hubiese convertido en una nouvelle como la de Balzac, cortita y sin una trama interesante. Como lo que es, resulta un bello ensayo sobre el pensamiento humano.

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